ESPERA:
Te esperé con la sangre detenida
sobre el silencio en ascuas de tu ausencia.
Te esperé soportando la existencia
como un lebrel al pie de tu partida.
Te esperé casi al borde de la herida
y a dos pasos no más de la demencia.
Te esperé en la angustiosa transparencia
de aquella noche en el reloj vencida.
Pero qué inútil la mortal espera:
Sin pensarlo cité la primavera
cuando el invierno helaba mis rosales.
Y hoy que casi olvidaba tu presencia,
me estoy enamorando de tu ausencia
a través de mis propios madrigales.
QUE HORRIBLE ES EL OLVIDO!!
¡Qué horrible es el olvido!
Es mejor la nostalgia
con su anillo de llanto
ciñendo el corazón.
Cuando hablamos de "ella"
sin sentir que morimos,
ya no vale la pena
nuestra inútil canción.
¡Qué horrible es el olvido!
Ver la mujer amada
y no sentir que el alma
se curva de dolor.
Cuando cerca a su nombre
ignoramos la espina,
ya no vale la pena
nuestra estéril canción.
¡Qué horrible es el olvido!
Saber que la quisimos
y que sigue en la sangre
sin producir dolor.
Cuando nos resignamos
a vivir con su ausencia,
es porque ha envejecido
por dentro el corazón.
Y entonces, ya la vida
no vale una canción.
A UNA AMIGA:
Nadie recuerda un invierno tan frío como éste.
Las calles de la ciudad son láminas de hielo.
Las ramas de los árboles están envueltas en fundas de hielo.
Las estrellas tan altas son destellos de hielo.
Helado está también mi corazón,
pero no fue en invierno.
Mi amiga,
mi dulce amiga,
aquella que me amaba,
me dice que ha dejado de quererme.
No recuerdo un invierno tan frío como éste.
AQUELLAS MUJERES:
Las mujeres que quiero van con otros.
Cuando pasan prendidas de otros brazos
miro a la que se apoya en mí y compruebo
que yo me he equivocado de mujer.
La gracia enrojecida de una risa,
el rumor tembloroso de un silencio,
la mirada furtiva que nos dice
que está la dicha allí, en aquellos ojos...
Esas cosas descubro sólo en otras.
Yo sé que lo que anhelo no anda lejos:
veo como ellas pasan de otros brazos.
Y trato de encontrarlo, incluso en ellas.
Mas siempre me equivoco de mujer.
Las mujeres que quiero van con otros.
RECUERDO:
Te recuerdo en el llanto y en la risa;
en la estrella, en el verso y en la rosa;
en la opulenta copa que rebosa
y en el trozo de pan que se precisa.
En la luz que gastó la mariposa
para ser mariposa y no ser brisa;
en la tranquilidad que se improvisa
y en la diaria inquietud que nos acosa.
En la noche que sube hasta la frente;
en el cielo que alfombra cada fuente
y en el cielo ensatado en la oración;
en la angustia que rige cada paso;
en el rojo cansancio del ocaso,
y en el cansancio de mi corazón.
A MI MADRE:
Generosa Oceanía de silencios
tu palabra de amor me levantó
más allá de mis plegarias de luz,
grabando en mármol azul, tu voz
que en mi boca crepuscular anidó
la esencia total de tus sentimientos.
La clara concepción de tus caminos
me lleva transparente por las sombras,
recojo el mensaje de la vida
que en el bautismo de mis días,
tus ojos grabaron en mi memoria.
Así, soy en ti, la poesía
tu sacrificio y tu dolor me marcaron
y forjaron en mí el concepto de la hombría
tus azules manos artesanas tallaron en mí
la verdad, el trabajo y el honor.
Día a día seguí tus lágrimas
y noche tras noche caminé tus oraciones;
te vi caer de las sombras del cansancio
cuando la noche rompía tu fortaleza,
y al segundo de tu entrega
vi alzarse tu estatura astral
en la galaxia de la vida y de la muerte.
Y hoy que soy un universo de luz,
y un huracán desmedido de ilusiones,
vivo la pasión y el amor
con la misma intensidad que has vivido tu dolor;
admiro tus batallas, madre mía;
como silueta dibujada en el océano azul
con la presencia inconfundible de la luz.
Soy en ti la prolongación rumorosa de tus sueños
y la voz universal de seis corazones invisibles,
que hacen presente el homenaje de amor
en el reino silencioso de tu entrega total.
DESPEDIDA:
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
César Serrano. Desde 2008 hasta 2012.
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