domingo, 29 de septiembre de 2013

Política y contexto social.

¿Libertad real o aparente?
Más allá de la cantidad de votos, están las invisibles ideas que imperan y gobiernan nuestras vidas. Se puede, sin manipular las urnas (esto se supone garantizado en el sistema), llegar a manipular los miedos, los prejuicios, los egoísmos y los intereses.
¿De qué sirve la libertad de expresión si no hay libertad de pensamiento, amordazado por la ignorancia o el miedo?
Democracia es el gobierno del “demos” (ciudadanos), pero difícilmente un “demos” ignorante, manipulado o desesperado podrá elegir a quien gobierne con justicia y sabiduría.
Quienes han buscado siempre el interés personal y el propio beneficio sin importarles la manipulación ni el perjuicio ajeno nos han convencido de que con el derecho a elegir
está todo resuelto.
Ciertamente, el ser humano no puede perder su inalienable derecho a elegir. La libertad no solo es un fundamento de la democracia, sino del desarrollo de nuestra condición humana; de ahí la necesidad de fortalecerla. Pero para poder ejercer la libertad necesitamos no solo de un marco de oportunidades que nos permita elegir, sino de unas capacidades con las que saber lo que elegimos y sus consecuencias. Es decir, necesitamos una libertad interior, una capacidad para pensar por nosotros mismos, y el grado de libertad real estará condicionado por el grado de cultura y conciencia en cada uno.
Vuelve el ancestral mito de la caverna del que nos hablara Platón, de quienes hacen de la ignorancia y el embrutecimiento (pan y circo) un instrumento de explotación. A un individuo libre, honrado, culto y dueño de sí mismo no se le puede manipular.
Calidad en los gobernantes
Si queremos un buen gobierno, necesitamos los mejores gobernantes.
Si queremos una buena medicina, necesitamos los mejores médicos; si aspiramos a una buena casa, necesitaremos un buen arquitecto y un mejor constructor… y así con todo.
¿Qué cualificación se exige hoy a los gobernantes? Nada; si acaso, una cierta capacidad demagógica del uso de la palabra y, claro está, los necesarios apoyos, pero no es necesaria una capacitación profesional, técnica y, mucho menos, valores como persona. El ideal democrático aspiraba a que todos tuvieran las mismas oportunidades para llegar a los puestos de responsabilidad, pero no creo que aspirase a que fuésemos gobernados por impresentables.
Por otro lado, si los puestos de responsabilidad, en lugar de contener un cúmulo incontable de privilegios respecto a los demás, fuesen realmente una responsabilidad con su cuota importante de trabajo y esfuerzo, tan solo aspirarían los que tuvieran una verdadera vocación de servicio a los demás, conscientes de que en cualquier otro lugar podrían hallar mayores beneficios personales.
No es de extrañar que cada vez tengamos más gobernantes y cargos públicos, chicos y grandes, que parasitan en un mundo con cada vez menos recursos. Realmente la democracia debería aspirar a necesitar pocos legisladores y escasas imposiciones, tan solo las básicas para asegurar la vida en dignidad para todos, y una buena educación y transmisión de conocimientos y valores mínimos, para que cada cual pudiera ser dueño de sí mismo y de su propio destino.
Nos haría más bien al conjunto de la sociedad que hubiera más científicos, artistas, filósofos, humanistas, deportistas, etc., que aspirantes a dirigir a los demás sin saber dirigirse a sí mismos.
¿Cuándo llegarán los tiempos en que las personas sean destacadas por sus verdaderas cualidades humanas y de ello podamos reconocer a los mejores, en lugar de por sus capacidades mediáticas?
La influencia que ejercen los sabios, científicos, pensadores y buenos profesionales de nuestra sociedad es mínima, pues no siendo ni famosos ni poderosos, significan bien poco en la balanza de poder e intereses actuales.
¿Cómo elegir a los mejores?
Todos estaríamos de acuerdo en que el gobernante debe ser elegido de entre los más sabios, justos y capaces, pero ¿cómo reconocer a quien es el mejor? Obviamente, un sistema democrático justo tiene que contener vías de representación de todos los ciudadanos y mecanismos de control del poder, pero ¿cómo evitar que una masa atemorizada ponga el poder en manos de un tirano o dictador?
Lo cierto es que, si reflexionamos, ningún sistema político nos lo puede garantizar.
Tenemos a los gobernantes que hemos elegido, y más allá de las mejoras del sistema, está el marco de ideas, valores e intereses predominantes en nuestra sociedad, que influye mucho en las decisiones.
¿Y si empezamos a introducir el interés por la calidad, por lo bien hecho, por los resultados sostenibles a largo plazo, es decir, por lo duradero en lugar de por lo de “usar y tirar”?; ¿y si fomentásemos más la cultura que el circo?; ¿y si empezamos a destacar a las personas por sus cualidades humanas y no por sus bienes?
Tal vez cambiando el marco de ideas y valores que nos rigen empecemos a lograr un buen cambio. Como decía Confucio, para mejorar el mundo comienza por mejorarte a ti mismo.
Humanizar el sistema
Tal vez debamos aspirar a una democracia más humana (frente a lo que podríamos llamar una democracia basada en el eje de la economía), una democracia donde gobierne la sabiduría y no la ignorancia, los valores humanos y no la voracidad económica.
Para que haya democracia real el sufragio universal es esencial. La libre elección personal es un derecho fundamental y una necesidad en nuestra realización plena como individuos.
Pero el sufragio universal no garantiza ni la justicia, ni el sostenimiento de la libertad, ni los derechos humanos. No podemos olvidar que fue el sufragio de las mayorías, movidas por la comodidad y el miedo a perder privilegios, lo que levantó a un Hitler.
Será necesario promover, entonces, una calidad humana a través de la educación, que asiente la paz y la justicia en el único lugar donde radica su fuerza, en el seno de cada individuo.
Ya sé que teóricamente esos son los objetivos de nuestras democracias actuales, pero en la práctica esta educación está basada fundamentalmente en la capacitación técnica y productiva y no en la formación humana. Además, los medios de comunicación masivos, regidos por el objetivo de los máximos beneficios, promueven directa e indirectamente el consumo desmedido, el individualismo y la violencia, acabando por influir negativamente en todos.
Palabras como solidaridad, paz, autenticidad, libertad, etc., se utilizan demagógicamente según los intereses, pero muy pocos las respetan y viven, y mucho menos quienes aparecen como más visibles, es decir, personajes públicos, famosos y líderes de audiencia.
Soñar y trabajar por un mundo más acorde con la dignidad humana, decía Stephan Hessel.
Un mundo mejor es posible… y necesario, pero no se puede improvisar ni crear por real decreto. Un mundo mejor nace primero en las ideas y la imaginación, y desde ahí debe expresarse en actitudes y valores que impregnen la vida pública, la educación y el ejemplo cotidiano. Ya ha despertado una necesidad de cambio; comencemos a generar ese cambio en las conciencias y en los actos. Es un cambio lento pero seguro.
Si no somos capaces de generar ese cambio ya, con serenidad pero con constancia, la historia puede derivar por los derroteros violentos de la desesperación y el miedo. En esta encrucijada hay una oportunidad real –como solía decir alguien por ahí– hacia un mundo nuevo a través de un ser humano no solo nuevo, sino mejor.



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